El verano… con sus tópicos, sus colores, sus calores, tan esperado, tan fugaz… tan lleno de historias. Cuentos de ciudad que comienzan cuando por fin nos olvidamos de los calcetines y llega la jornada intensiva; cuentos de pueblos que surgen cuando los grillos tocan las cuerdas de sus guitarras nocturnas.
El periodo estival se instala entre nosotros y con él todos sus momentos evocadores de cuentos.
El olor a coco de esas cremas de sol que prometen sueños con viajes lejanos, comer paella bajo un toldo de rayas marinas, los bailes de orquesta en las fiestas de los pueblos, mojar las patatas fritas en el escabeche de los mejillones, el primer amor en el campamento de verano, la cerveza fresquita del aperitivo, sentir la arena en los pies descalzos, encontrar caracolas que inspiran romances oceánicos, picotas en un cuenco con hielo, las alpargatas destalonadas de toda la vida, juegos de niños en la orilla, los ronquidos del abuelo bajo una higuera, tomar un helado al borde de la piscina, partir la sandía en tacos, echarnos una siesta bajo la sombrilla en la playa, pasarnos horas mirando miles de puntos brillantes en el cielo de una noche… de verano.